Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(70)
—?Y a ti? ?Quién te gusta? —preguntó Axel.
—Muchos. Muchísimos.
—Venga, dime uno en concreto.
—Monet me trasmite algo especial y hay una frase suya que me encanta.
—?Cuál es?
—?El motivo es para mí del todo secundario; lo que quiero representar es lo que existe entre el motivo y yo?. —recité de memoria.
—Una buena frase.
—?Pero si tú siempre quieres saber el motivo! Te pasas todo el tiempo preguntando: ??Qué significa eso, Leah?? —imité su voz grave y ronca—.
??Qué es ese punto rojo de ahí?, ?qué intentas decir con esta línea??
—No puedo evitarlo. Soy curioso.
Me quedé callada, relajada, sin apartar la mirada de las vigas del techo de madera, pensando que aquello era perfecto; estar a su lado, pasar el sábado en el mar, entre pintura y música, cocinando juntos, haciendo lo que se nos ocurriese… Deseé que fuese eterno.
Y justo entonces empezaron a sonar los primeros acordes. Eran débiles, suaves, pero podría haberlos reconocido en cualquier lugar del mundo. Here comes the sun. Me tensé al instante. Me apoyé en el suelo para incorporarme lo más rápido posible y levantar la aguja de ese surco, pero Axel se interpuso en mi camino. Me asustó cuando colocó cada una de sus manos a un lado de mi cuerpo. Intenté escapar, pero me retuvo abrazándome, muy pegada a él.
—Lo siento, Leah.
—No me hagas esto, Axel. No te lo perdonaré.
Las notas se alzaron rizándose a nuestro alrededor.
El abrazo de él se hizo más envolvente.
Me moví intentando salir, intentando huir…
71
AXEL
La sujeté más fuerte contra el suelo y temblé al verla así, tan dolida y tan rota, como si esas emociones me atravesasen a mí de algún modo, como si pudiese sentirla en mi piel. Leah intentó apartarme con todas sus fuerzas mientras la canción parecía girar a nuestro alrededor. Una parte de mí solo quería soltarla. La otra, la que pensaba que estaba haciendo lo correcto y que aquello era por su bien, me hizo apretarla con decisión contra mi cuerpo. Le aparté el pelo de la frente y ella se sacudió con un sollozo.
—Ya está. Tranquila —le susurré.
Las notas desfilaron hacia el final y Leah lloró desde el alma. Yo nunca la había visto hacerlo así, como si el dolor naciese de dentro y saliese al fin.
?Here come the sun, here comes the sun.?
Aflojé el abrazo cuando la canción terminó. Su cuerpo seguía temblando debajo del mío y las lágrimas se escurrían por sus mejillas. Se las limpié con los dedos y ella cerró los ojos. No supe cómo explicarle que no podía esconder siempre los recuerdos dolorosos en vez de enfrentarlos, cómo convencerla de que del dolor se podía aprender y que a veces era necesario hacerlo…
Me aparté y Leah se puso en pie.
Oí el ruido de su puerta al cerrarse.
Así que me quedé solo mientras el disco que ella no había conseguido parar seguía girando. Supongo que debería haber salido a la terraza para fumarme un cigarro y calmarme antes de irme a dormir, por ejemplo. O
haberme quedado un rato más escuchando música hasta que pudiese conciliar el sue?o.
Pero no hice nada de eso.
Me levanté y fui a su habitación. Entré sin llamar. Leah estaba en la cama, hecha un ovillo entre las sábanas enredadas, y yo avancé hasta dejarme caer a su lado. Su olor suave y dulce me sacudió. Ignoré mi sentido común cuando alcé un brazo y le rodeé la cintura. La apreté contra mi cuerpo, odiando que estuviese de espaldas y que no me dejase verla.
—Perdóname, cari?o…
Ella volvió a sollozar. Esta vez más débil.
Mantuve mi mano presionando sobre su estómago y su cabello revuelto me hacía cosquillas en la nariz. Solo quería que dejase de llorar y, al mismo tiempo, que siguiese haciéndolo, que se vaciase entera…
Me quedé junto a ella en la oscuridad hasta que se calmó. Cuando su respiración se volvió más tranquila, supe que se había dormido y pensé que tenía que soltarla y marcharme. Lo pensé…, pero no lo hice. Permanecí despierto a su lado durante lo que parecieron horas y, en algún momento, debí de quedarme dormido, porque cuando volví a abrir los ojos, la luz del sol se colaba a través de la ventana peque?a de la habitación.
Leah me estaba abrazando; sus piernas enredadas entre las mías y sus manos sobre mi pecho. Me dio un vuelco el corazón. La miré, dormida en mis brazos. Recorrí su rostro apacible, las mejillas redondeadas y las pecas difuminadas por el sol que tenía alrededor de la nariz respingona.
Noté un tirón en el estómago.
Solo quería besarla. Solo eso. Y me asusté, porque no tenía nada que ver con el deseo. Me imaginé haciéndolo. Inclinarme y rozar sus labios, cubrirlos con los míos, lamerlos con la lengua lentamente, saboreándola…