Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(75)



Cuando subimos al coche, el silencio se tornó más denso. Apoyé las manos en el volante y suspiré hondo.

—Te estás arrepintiendo —susurró. Había dolor en su voz.

Le sostuve la barbilla entre los dedos y le di un beso lento, llevándome el sabor salado de sus lágrimas en los labios. Me aparté para limpiarle la cara.

—Te juro que no. Solo dame unas horas para que pueda ordenarme la cabeza.

—Vale —me sonrió. Solo a mí.

Yo volví a besarla antes de arrancar.

La ausencia me acompa?ó durante todo el viaje de vuelta: la ausencia de luces en la carretera y de voces más allá de la respiración pausada de Leah cuando se quedó dormida a mi lado. Así que tuve tiempo para estar a solas con mis pensamientos, pero seguía igual de confuso y jodido cuando llegamos y aparqué a un lado del camino. Lo único que tenía claro era que sentía algo por Leah y que, a aquellas alturas, negarlo era una gilipollez.

Quizá por eso abrí la puerta de casa y luego volví al vehículo, le quité el cinturón de seguridad y la cogí en brazos. Leah entreabrió los ojos y preguntó dónde estaba. Yo solo le contesté que siguiese durmiendo y la tumbé en mi cama. Volví al coche, cogí su bolso y lo dejé en el sofá antes de buscar el paquete de tabaco y salir a fumarme un cigarro en la terraza.

Contemplé el cielo mientras me lo terminaba y regresé con ella.

Me acosté a su lado y la abracé. Leah volvió a despertarse y se dio la vuelta para apoyar la cabeza en mi pecho. Y me quedé allí minutos, horas, qué sé yo, acariciándole el pelo y mirando el techo de mi habitación, convenciéndome de que aquello era real, de que mi vida iba a cambiar.

Algunos riesgos valían la pena. Algunos…





77



AXEL

Golpes. Golpes en la puerta. Abrí los ojos.

Joder, joder, joder. Leah estaba abrazada a mí. La zarandeé para despertarla y lo conseguí a la tercera sacudida. Me miró confundida, aún so?olienta.

—Levántate. Ya. ?Rápido! —Obedeció en cuanto me entendió—.

Métete en el ba?o.

Me preparé mentalmente antes de abrir la puerta, pero fue en vano, porque al ver a Oliver sonriéndome se me revolvió el estómago. Me aparté para dejarlo entrar. Parecía contento. Fue a la cocina y se sirvió él mismo un poco de café.

—?Es de ayer? —preguntó.

—Sí, nos hemos dormido.

—?Y eso? —Buscó el azúcar.

—Volvimos tarde. Fuimos a Brisbane, ?no te lo había dicho? —Me froté el mentón, pero dejé de hacerlo al recordar que eso era lo habitual entre la gente que mentía: tocarse la cara, gesticular con las manos. Estaba paranoico—. Pasamos por la universidad y por la galería de arte. —?Y

luego la masturbé en los ba?os de un local, para finalizar el día, como guinda del pastel.?

—Es verdad. ?Cómo fue la escapada?

—Bien. —Leah apareció en la cocina—. ?Qué te pareció la universidad?

—Interesante. —Se puso de puntillas para darle un beso a su hermano en la mejilla y él la abrazó antes de que pudiese escapar—. Tengo que ir a preparar la maleta.

—?Aún estás con esas? No jodas. Vengo directo del aeropuerto y necesito darme una ducha o mutaré en algo raro.

—Ayer no me dio tiempo. No tardaré.

Leah desapareció en su habitación y me esforcé por mantenerme sereno, aunque por dentro estaba a punto de sufrir un puto infarto. Oliver se apoyó en la encimera y yo conecté dos neuronas que me quedaban por ahí y fui capaz de empezar a prepararme un café, porque lo necesitaba en vena en ese momento.

—?Qué tal siguen las cosas por Brisbane?

—Igual, como siempre. Pocos cambios.

—?Por dónde fuisteis?

—Cenamos en Guetta Burguer.

—?Sigue abierto? —sonrió animado—. Qué recuerdos. Nunca olvidaré esa vez que nos emborrachamos e intentamos meternos en la cocina. El due?o era majo.

—No sé si aún será el mismo…

—Ya. ?Y el campus? ?Todo igual?

—Más o menos. ?Qué tal tú?

—Bien. Un mes tranquilo.

—Alguna ventaja ha de tener tirarte a tu jefa.

Oliver intentó darme un pu?etazo en el hombro, que esquivé y, durante un segundo, sentí que todo volvía a ser como siempre entre nosotros. La sensación se evaporó en cuanto Leah salió de la habitación arrastrando la maleta. Su hermano se adelantó para cargarla.

Sostuve el marco de la puerta tras abrirla. Oliver ya estaba yendo al coche cuando me incliné hacia ella y le di un beso en la mejilla. Un beso que duró unos segundos más de lo habitual. Ella me miró dubitativa antes de darse la vuelta e irse.

Cerré, me apoyé en la pared y me froté la cara.

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