Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(44)
No dijimos nada más mientras terminábamos de comer. Después, sin prisa, regresamos hacia el centro de Byron Bay, y Leah me pidió que la dejase en la calle donde vivía su amiga Blair.
—?Paso a recogerte más tarde?
—No. Volveré caminando.
—?Estás segura?
—Sí.
—?Llevas el móvil encima?
Leah resopló y abrió la puerta del coche.
—Axel, no me trates como a una cría.
—?Eh! —Bajé la ventanilla para llamarla—. ?Recuerda lavarte los dientes si comes algo! ?Y no aceptes caramelos de extra?os!
Ella frunció el ce?o y me ense?ó el dedo corazón.
Yo sacudí la cabeza riendo y feliz por verla así.
45
LEAH
Blair salió de su casa poco después de que llamase al timbre y caminamos juntas por la calle bajo el sol de la tarde. Soplaba un viento suave y decidimos sentarnos en la terraza de una cafetería que frecuentábamos tiempo atrás. Yo siempre solía pedirme un café y una magdalena de plátano con chocolate que estaba casi tan rica como la tarta de queso de Georgia.
Blair, en cambio, era más de salado y a veces se comía una ración peque?a de patatas fritas mientras hablábamos sin parar. Pasábamos todo el día juntas, mano a mano.
—Ya pensaba que no vendrías —dijo.
—Fui a bucear con Axel y se hizo tarde.
—?A bucear? —sonrió—. Qué envidia.
—Ha estado bien —admití.
En realidad, había sido mucho más. Estimulante. Intenso. Estar flotando en medio del océano, sintiéndome liviana mientras los peces se arremolinaban a mi alrededor como puntos de colores que bailaban desordenados. Y Axel cerca acompa?ándome.
—Yo tomaré patatas fritas al punto de sal y un refresco —pidió Blair cuando la camarera nos atendió—. ?Qué quieres tú?
—Una magdalena de plátano y café con leche descafeinado.
—De acuerdo, chicas, vuelvo enseguida.
—?Sabes? Me estaba acordando de ese día que le gastamos una broma a Matt llenando su taquilla de purpurina y terminamos aquí riéndonos, hasta que lo vimos a lo lejos y echamos a correr…
—Pero nos pilló porque yo volví para coger el trozo de magdalena que me había dejado. Lo recuerdo. También que sus libros brillaron durante un par de semanas.
Blair se echó a reír y terminé contagiándome un poco de su buen humor y de esa facilidad que ella tenía para conseguir que todos los momentos sumasen en vez de restar. Ella había sido la mejor amiga del mundo y yo me había esforzado durante meses por alejarla de mí porque, de algún modo, sabía que si la mantenía cerca acabaría por hacerle da?o y decepcionarla.
—?Cómo te va en el instituto?
—Bastante mejor que antes.
—?Al final irás a la universidad?
Me encogí de hombros. No quería hablar de eso.
—?Tú estás contenta con el trabajo?
—Mucho, a pesar de que sea agotador.
—Siempre te han gustado los ni?os.
Nos trajeron el pedido y empecé a comerme la magdalena a trocitos, desmenuzándola con los dedos, distraída. La saboreé despacio, recordando las palabras de Axel, degustando el plátano que contrastaba con el amargor suave del chocolate.
Alcé la mirada hacia Blair, vacilante.
—Creo que sigo sintiendo algo por él.
—Te refieres a Axel, ?verdad?
—Sí. ?Por qué…, por qué me pasa?
—Porque te gusta. Siempre ha sido así.
—Me gustaría poder enamorarme de otra persona.
—No podemos elegir eso, Leah —me miró con cari?o—. ?Cómo es la convivencia?
Lo pensé. Llevaba cuatro meses y medio viviendo en esa casa perdida en medio de la naturaleza. No guardaba muchos recuerdos de los primeros dos meses, esos que pasé encerrada en mi habitación. Marzo había sido caótico; enfadarme con él, perder el control en el Bluesfest, empezar a pintar de verdad. Así que, al llegar abril, Axel había tensado más las cuerdas, obligándome a tomar una decisión. Y es que a veces, quedarte tal y como estás resulta más sencillo y cómodo que tener que esforzarte y afrontar cambios.
—Con altibajos. Ahora bien.
—Sé tú misma, Leah —dijo.
—?A qué te refieres? —me tensé.
—En todo. También con Axel. Tal como eras antes. Solo déjate llevar sin pensar las cosas. ?Ya no te acuerdas? Yo me reía cuando decías que ?dejabas de respirar al verlo? o ?morirías por un beso suyo?, pero estaba acostumbrada porque siempre habías sido así de exagerada.
Me llevé una mano al pecho. Blair tenía razón, pero seguía sintiéndome muy lejos de todo aquello a pesar de que, a veces, aparecía un recuerdo como un fogonazo, aunque también se marchaba tan rápido como llegaba. Eran picos desordenados; aún llevaba encima mi chubasquero, por muy agujereado que estuviese, y me costaba reconocerme en esa chica que tiempo atrás no dudaba en saltar al vacío sin preguntar antes cuánta distancia había hasta el suelo.