Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(39)
Como el buen amigo considerado que era, me acerqué a la barra. El servicio de cenas había terminado y una música ambiental flotaba en el local de aspecto bohemio, lleno de sillones de colores y estampados estrambóticos. Saludé a uno de los camareros, que era un viejo compa?ero de clase, y pedí dos copas.
—Ponme al corriente antes de que me emborrache —dijo Oliver relamiéndose tras dar un trago largo—. ?Cómo van las cosas con Leah?
?Todo normal?
?Se desnudó, me besó?, recordé, pero ignoré ese pensamiento fugaz intentando que la imagen de su cuerpo se volviese borrosa. No lo conseguí.
Era un jodido demonio. Iría al infierno por no ser capaz de olvidar cada curva y cada jodido centímetro de su piel.
—Sí, todo genial, ya sabes, rutinario.
—Pero está mejor. Está diferente.
—A veces viene bien un cambio de aires.
—Puede ser. Es verdad. ?Y tú cómo vas?
—Nada nuevo, bastante trabajo.
—Al menos, el tuyo es soportable. Te juro que un día me levantaré, iré a la oficina e intentaré suicidarme con la grapadora. ?Cómo pueden no volverse todos locos dentro de esos cubículos? Son peque?as cárceles.
Me eché a reír.
—En serio, no durarías ni dos días ahí dentro, con un montón de reglas y tocapelotas…
—Te recuerdo que hice las prácticas en una oficina.
—Ya, quizá se te haya olvidado que abriste un extintor y rociaste el despacho del jefe antes de marcharte riendo como un jodido demente.
—Culpable. Pero era un imbécil, se lo merecía. Fue una especie de acción poética en nombre de todos mis compa?eros y de los futuros becarios que pasasen por allí. Deberían haberme creado un club de fans o algo así.
—Sí, eso te faltaba. Pide otra —alzó la copa vacía.
—?Soy tu puto esclavo o qué? Te invito a cenar, te hago de ni?era gratis, aguanto tus lloriqueos…
El camarero pasó cerca de nuestra mesa y Oliver le pidió dos más mientras se reía.
—?Sabes? Tampoco está tan mal el curro. Quiero decir, es una mierda porque no va conmigo, pero, bueno, uno se acostumbra y los compa?eros son majos; los viernes solemos ir a tomar una copa al salir.
—?Estás intentando sustituirme?
—?Otro como tú? No, ni cobrando.
Di un trago y lo saboreé estirando las piernas.
—Oye, ?tú no tenías un lío de faldas? ?Cómo se llama?
—Bega. —Era un nombre aborigen.
—?Y qué pasa con ella? —insistí.
—Nada. Que me la tiro. A veces. En el despacho.
—?Te has liado con una compa?era?
—Me he liado con mi jefa.
Tardé un minuto en darme cuenta de que, para él, ese peque?o desliz era un respiro, algo fuera de control a lo que aferrarse en medio de esa vida que nunca había deseado. Esa necesidad de rebelarse en algo para sentir que no se estaba perdiendo entre responsabilidades y horarios.
—?Y vale la pena?
—No estoy seguro.
—Vaya. —Di un trago.
—Ella me gusta, aunque es complicada y vive solo para trabajar. Pero lo que tenemos es todo lo que hay. Yo tengo cosas importantes de las que ocuparme, no puedo arriesgar eso. Tampoco sé si querría hacerlo. Nosotros no somos así, ?verdad, Axel?
—?A qué te refieres?
—El compromiso. Las ataduras.
—No lo sé.
Tras dar muchas vueltas, había llegado a la conclusión de que no sabía la mayoría de las cosas, sobre todo las que todavía no habían ocurrido. Me había dado cuenta justo por lo contrario, por aferrarme durante a?os a lo que sí creía saber, como que terminaría pintando o que nunca les ocurriría nada a las personas que formaban parte de mi vida, de mi familia. Y me había equivocado. Así que ya no daba nada por sentado.
—Supongo que yo tampoco —admitió.
—La idea es que Leah vaya a la universidad, ?no?
—?Y qué quieres decir con eso? —preguntó.
—Hablo de ti. De qué harás entonces. De que esta responsabilidad que tienes ahora no será para siempre. Sé que están los gastos de la universidad y del apartamento, pero no será lo mismo. Podrás retomar un poco tu vida.
Y si ella vuelve a pintar…
—No volverá a hacerlo —se adelantó Oliver.
—Si ocurre… —seguí mientras recordaba la promesa que le hice a Douglas una noche cualquiera tumbado en la terraza de mi casa—, entonces yo la ayudaré a abrirse camino.
Oliver se terminó la copa.
—No pasará. ?Acaso no lo ves? Es otra persona.
—Ya lo está haciendo —dije en voz baja y, por alguna razón, me sentí extra?o al confesar aquello, como si estuviese traicionándola a ella, su confianza, nuestro vínculo. Pero, joder, era su hermano y estaba preocupado.
—?Lo estás diciendo en serio?
—Sí. Poco. Y sin colores.