Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(35)
—Entonces, ?has vuelto a surfear? —le preguntó Emily a Leah mientras uno de sus reto?os se le subía encima.
—Un poco. Hice un trato con Axel.
Leah me miró y sentí una conexión. Un vínculo que empezaba a crearse entre nosotros. Me di cuenta de que éramos los únicos testigos de todo lo que estábamos viviendo aquellos meses y, en cierto modo, me gustó.
—?Estás obligándola? —preguntó Justin.
—?Claro que no! O sí, ??qué más da?! —Me eché a reír al ver su desconcierto.
—No me obliga —mintió Leah.
—Eso espero —sentenció mi madre.
—?Yo también quiero surfear! —gritó Max.
—Aprende de tu tío y serás un crack —intervino papá.
Su comentario desencadenó reacciones de todo tipo: desde el ?Suena ridículo, Dani?l? de mi madre hasta la mueca de fastidio de Justin y los gritos entusiasmados de mis sobrinos, que se abalanzaron sobre las tablas de surf en el otro extremo de la terraza.
Quince minutos después estaba con ellos y con mi padre en el agua.
Los subí a la tabla, que era ancha y larga, y se mantuvieron sentados mientras los guiaba hacia la zona en la que nacían las olas. Mi padre me seguía de cerca, animado. Y sentados en la arena estaban los demás, charlando y comiendo rosquillas que mamá había traído de la cafetería.
—?Quiero levantarme! —Connor se movió.
—No, eso más adelante. Hoy, sentados.
—Promete que otro día…
—Te lo prometo —lo corté.
Connor se sujetó a los extremos de la tabla cuando una ola la sacudió.
Estuvimos un rato haciendo lo mismo, hasta que Max se cansó y tiró a su hermano dándole un empujón. Los dejé en el agua, jugando y riendo, y miré a mi padre.
—Leah tiene buen aspecto —comentó.
—Avanza poco a poco. Pero lo hará.
—Estás haciendo un buen trabajo.
—?Por qué piensas que es cosa mía?
—Porque te conozco y sé que cuando algo se te mete en la cabeza ya no hay nada que hacer. Todavía recuerdo el día que me preguntaste si los escarabajos eran gordos porque estaban llenos de margaritas. Acabábamos de mudarnos y lo habías visto en un cuadro de Douglas, ese tan raro lleno de colores del que siempre me burlaba diciéndole que se había fumado algo al pintarlo. Yo te dije que no, pero por supuesto tú no te convenciste, tenías que verlo con tus propios ojos. Así que dos días después te encontré en la terraza diseccionando a un pobre escarabajo. Y ahora mírate, vegetariano.
Me eché a reír.
—?Por qué pintaría eso?
Recordaba aquel cuadro de Douglas a la perfección; los colores arremolinándose en torno a un montón de flores y varios escarabajos de un tono púrpura oscuro en el suelo, abiertos en canal y llenos de margaritas.
—Ah, él era así, era su magia. Tan inesperado.
—Joder —inspiré hondo—. Lo echo de menos.
—Yo también. A los dos. —Mi padre apartó la mirada, triste como pocas veces lo estaba, y se?aló con la cabeza la tabla a la que los gemelos intentaban subirse—. Deberías tunearla. Molaría más.
Escondí una sonrisa.
Se marcharon sobre la hora de comer y Leah y yo volvimos a quedarnos a solas en nuestro silencio habitual. Por la tarde, trabajé un rato en un encargo que tenía que entregar a principios de semana, un logotipo y un par de imágenes promocionales para un restaurante que abriría en breve.
Leah se quedó en la habitación escuchando música, y decidí dejarle su espacio. No había vuelto a pintar ni yo le había pedido que lo hiciera. Aún.
Al caer la noche, cenamos en la terraza.
Entré a por una sudadera tras dejar los platos, porque el invierno estaba a punto de llegar y refrescaba a última hora.
Me acomodé al lado de ella, entre los cojines.
—?De verdad no quieres probarlo?
—No. Pareces la se?orita loca del té.
—Así que bromeando… Vaya, vaya.
Leah sonrió tímidamente, pero enseguida su expresión se ensombreció.
—Hoy me he dado cuenta de que debe de ser muy duro para ti tenerme en tu casa.
—?Qué te ha hecho pensar eso?
—Verte con tu familia; lo poco que te gusta que invadan tu espacio.
Que sé que siempre has sido muy tuyo. Y lo entiendo, de verdad. Siento que las cosas sean así.
—No digas eso. No es verdad.
Y lo decía en serio. Ni siquiera me lo había planteado, pero la presencia de Leah en mi vida no me molestaba. Vivir con ella era sencillo, a pesar de sus problemas, de los cambios que se sucedían cada semana.
—Gracias de todas formas —susurró.
35
LEAH
Mi primer beso fue con Kevin Jax.
Habían pasado tres semanas desde la noche de A?o Nuevo y a mí seguía doliéndome recordarla. Era enero y el curso acababa de empezar, así que las clases todavía no requerían toda nuestra atención, y Kevin y yo comenzamos a mandarnos notitas desde el primer día.