Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(49)



—El beso. Solo… regálame eso.

—Estás borracha.

—Tú también. Un poco.

—No sabes lo que quieres…

—Sí que lo sé. Siempre lo he sabido.

Ella se frotó contra mí, y al sentir una punzada de deseo, pensé que, joder, había bebido demasiado. Eso y que era un jodido cabrón. Tomé aire con brusquedad.

—Olvídalo. Es una puta locura.

—Solo es una emoción más, Axel.

—?Por qué no se lo pides a algún amigo?

—Seguro que nadie besa como tú.

—Seguro… —susurré mirando su boca.

—?Me estás dando la razón?

Me reí y la hice girar a mi alrededor.

—No, solo soy sincero. Es un hecho.

—Vale, me quedaré eternamente con la duda.

No me gustó cómo sonaba eso, ?eternamente? parecía mucho tiempo.

Nos movimos juntos; intenté mantenerme alejado de ella, pero no lo conseguí. Cuando llegó el estribillo, Leah cerró los ojos dejando que la guiase. No sé si fue porque los dos habíamos bebido o porque tenerla tan cerca me nublaba la razón, pero aflojé las riendas y me permití ser yo mismo, el que no pensaba en normas ni consecuencias, el que solo vivía el presente y nada más.

—Está bien. Solo un beso. Uno.

—?Lo dices en serio? —me miró.

—Pero ma?ana no lo recordaremos.

—Claro que no —murmuró.

—Cierra los ojos, Leah.

Respiré hondo y me incliné despacio hacia ella. Fue apenas un roce suave, pero me calentó por dentro. Dejé aquel beso en la comisura de sus labios y me aparté mientras Leah fruncía el ce?o desilusionada.

—?Eso es todo? ?Ya está?

—?Qué co?o esperabas?

—Un beso en condiciones.

—No me jodas —gru?í.

Y luego, un poco frustrado, volví a besarla.

Esa vez de verdad. Nada de un roce, nada de una caricia temblorosa.

Acogí su rostro entre mis manos, sujetándola por las mejillas, y le mordí la boca. Apresé su labio inferior con los dientes antes de dejarlo resbalar entre los míos. Leah gimió en respuesta. Un puto gemido que fue directo hasta mi entrepierna. Alejé la excitación cerrando los ojos. Ella sabía a lima y a azúcar y, en medio de aquella locura, decidí que hundir la lengua en su boca era una idea cojonuda. Algo se agitó en mi estómago al rozar la suya, al ser consciente de que estaba besando a Leah y no a una chica cualquiera, de que, joder, de que estaba sintiendo, de que estaba cometiendo un gran error…

Me aparté de golpe.

Leah me miró en silencio mientras yo recogía los vasos y el paquete de tabaco que había dejado sobre la barandilla de madera.

—?Te vas? —preguntó.

Asentí y me alejé de ella.

El corazón seguía latiéndome rápido cuando me metí en la ducha y dejé que el agua fría me despejase. Pensé que había sido una insensatez beber y bajar así las defensas. Pensé que besarla tendría que haber sido desagradable. Pensé que tenía que dejar de empalmarme por culpa de ella.

Pensé que debería haberlo visto venir. Pensé…, pensé tantas cosas…

Y ninguna tenía sentido ni lo explicaba.

Me tumbé en la cama aún confundido.

Estuve horas dando vueltas sin poder dormir, buscando la manera de encajar la escena. Parecía irónico que yo intentase aclarar los pensamientos de Leah y que ella se dedicase a enredar los míos.

Suspiré hondo recordando su jodido sabor.

Nunca había entendido por qué la gente les da tanta importancia a los besos; es solo un contacto entre dos bocas. Yo sentía más conexión con el sexo. El placer. Una finalidad. Un acto con un principio y un final. En cambio, eso no existe en los besos, ?cuándo debe terminar?, ?cuándo parar?

No es instintivo, es emocional. Era todo lo que nunca logré ser, y al besarla a ella me di cuenta de que llevaba media vida equivocado. Un beso es…

intimidad, deseo, temblar por dentro. Un beso puede ser más devastador que un maldito orgasmo y más peligroso que cualquier otra cosa que hubiese podido decirme con palabras. Porque ese beso…, ese beso se iba a quedar conmigo para siempre, lo supe en cuanto cerré los ojos tras el primer roce.





49



LEAH

Axel no había parado el tocadiscos al irse y empezó a sonar Can’t buy me love mientras me sujetaba a la valla de madera con las piernas temblorosas y el corazón en la garganta.

Porque ahí tenía la respuesta. La que llevaba meses esquivando.

Al rozar sus labios, entendí que el esfuerzo valía la pena. El dolor.

Quitarme el chubasquero. Dejar pasar al miedo. Sentir. Sentir. Sentir. Vi ante mis ojos cómo las emociones se equilibraban con picos y bajadas cruzándose, porque si la tristeza no existiese, nadie se habría tomado nunca la molestia de inventar la palabra ?felicidad?. Y besarlo había sido eso. Una chispa de felicidad, de las que prenden y explotan como un castillo de fuegos artificiales. Había sido un cosquilleo en el estómago. El sabor de esa noche estrellada en los labios. El olor del mar impregnado en su piel. Sus dedos ásperos contra mi mejilla. Su mirada desnudándome por dentro. él.

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