Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(110)
Incluso me pregunté: ??En verdad debo hacer lo que pienso hacer ma?ana? ?Será lo correcto??.
Me hundí tanto en mis pensamientos durante un largo rato que no noté lo que sucedía hasta que me di cuenta de que el profesor que estaba dando la conferencia detrás del atril se había girado y quedado inmóvil mirando la pantalla de proyección. Solo en ese momento vi las imágenes, y los intestinos y esas cosas que uno tiene en la barriga y alrededor de esa área se me llenaron de plomo.
Había pasado de un momento a otro, así, sin previo aviso. En la pantalla estábamos Adrik y yo besándonos en mi apartamento, bajo la influencia del incienso.
Madre santa de todos los secretos.
Por los altavoces del auditorio salían nuestras voces: ?Haré que te rías...?, ?Jude, para...?. Era todo tan claro que no podía haber duda alguna respecto a lo que sucedía: yo a horcajadas sobre él, sus manos rodeándome, nuestros labios en movimientos intensos...
Un beso bastante normal si no hubiera sido por un detalle del que todos se dieron cuenta: yo no estaba besando a Aegan, mi novio, sino a su hermano.
En cuanto salí de mi asombro, me atreví a mirar hacia los lados. Todo el auditorio había quedado sumido en un silencio expectante. Cada individuo dejó de hacer lo que estaba haciendo para contemplar el vídeo. Kiana y Dash estaban pasmados; el resto de los alumnos y alumnas, boquiabiertos, con los ojos como platos, algunos incluso con una sonrisa maquiavélica en el rostro, como si fueran una especie de demonios que solo se alimentaban de chismes, desgracias y errores ajenos, y eso fuera justo lo que les estuvieran dando en ese momento.
Volví la atención de nuevo hacia el escenario y observé la fila de profesores ubicados allí. No entendían qué estaba pasando. Estaban perplejos. Atónitos, desconcertados.
El vídeo llegó a su fin, la pantalla se puso en negro por unos segundos y luego empezó a reproducir las imágenes de la conferencia. Solté un montón de aire, pero sentí que todavía contenía mucho en mis pulmones. Hubo un momento de silencio, como para procesar el asunto, y después estallaron los murmullos y las voces. Al mismo tiempo, la rectora habló por el micrófono pidiendo calma, diciendo que aquello estaba muy fuera de lugar, que era una falta de respeto, que quería saber quién había manipulado la proyección.
Pero nadie le hacía caso. Todos hablaban o me miraban. Que me miraran era lo peor. Sentía todo el peso de esos ojos juzgadores. Por primera vez en mi vida no supe qué hacer, si quedarme allí y hundirme en el asiento o levantarme y correr. Sentí muchísima vergüenza. Quise desaparecer, que me tragara el suelo y me escupiera en otro planeta. El secreto de que me gustara Adrik estando con Aegan era bastante malo, pero ahora que todos se habían enterado, me parecía un pecado mortal.
Decidí que me quedaría donde estaba para afrontar el juicio social, porque asumí que sería silencioso y se limitaría a miradas y cuchicheos, pero subestimé al alumnado de Tagus. Subestimé el terreno liderado por Aegan. Uno podía creer que, como eran jóvenes universitarios, se comportarían, pero la maldad no respeta edad ni condición, se?ores; lo comprobé en cuanto oí:
—?Qué zorra!
Lo había gritado una chica con burla y crueldad desde algún lugar del auditorio. Yo me quedé en mi sitio, atónita. El insulto se oyó por encima de las demás voces, y entonces las cosas se descontrolaron.
—?Ya se te veía la cara, Jude! —gritó otra chica desde algún asiento.
—?Yo quiero un rato así contigo si no le va a molestar a Aegan! —soltó un chico, y a continuación hubo risas crueles y lascivas.
—Pero ?si es feísima! —vociferó otra chica, y por ese comentario estallaron algunas carcajadas.
—??Eso te lo ense?ó tu madre, la sidosa?! —gritó un chico desde alguna de las filas de adelante.
Eso último me atravesó como una espada. El asombro desapareció y dio paso a una furia que me despertó unas terribles ganas de levantarme, arrancar la silla del suelo y lanzársela a quien le cayera; pero también me sentí ofendida, atacada de una manera tan nueva que no supe si una actitud defensiva me daría una mejor posición o lo empeoraría todo.
De todos modos, sucedió algo que también me impresionó:
—?Yo te puedo partir la cara, imbécil! —gritó de repente Kiana, quien se acababa de levantar del asiento y ofrecía el pu?o a cualquier parte.
—??Tienes un ejército de putas, Jude?! —se burló alguien por encima de las risas y las voces.
Kiana se levantó, furiosa, y empezó a discutir. Al mismo tiempo, los demás también gritaron insultos y burlas. Mientras, desde la tarima, la profesora soltaba órdenes que eran ignoradas. Todo se convirtió en un caos de gritos, risas, burlas, chicos y chicas disfrutando del revuelo con divertida malicia...
Y entonces Artie se levantó de su asiento y salió corriendo del auditorio.
Algo me dijo: ?Ve tras ella. Es la única que puede ayudarte y acaba de ver algo grave?.