El mapa de los anhelos(134)



Las palabras logran desentumecerme y me atrevo a girar la cara para mirarlo.

Está igual que siempre y, a la vez, diferente. Se ha cortado el pelo y lleva una camisa clara bajo el abrigo negro. En sus ojos hay… más luz. Esperanza. La bruma se ha disipado. Y todo en él sigue resultándome tan fascinante como lo recordaba.

Will se acerca un poco más. Y tiemblo. Tiemblo por culpa de los nervios y de la anticipación. Tiemblo porque su presencia, lo que esto podría significar, me sobrecoge. Cuando pierdes algo y lo encuentras en el momento más inesperado, comprendes que estás delante de un regalo. Y quieres abrirlo. Quiero abrirlo.

—No pienses que lo que voy a decirte es algo improvisado. —Parece saborear cada palabra antes de dejarla ir—. He reflexionado mucho antes de darme cuenta de que, de entre todas las cosas que podría hacer o todas las personas con las que podría estar, tan solo querría pasar ese tiempo a tu lado. Es así de sencillo y complicado.

—Will…

—Espera, déjame acabar. —Hace una pausa y aparta los ojos del cuadro que tenemos delante—. Tenía que volver a encajar las piezas de mi vida. Tú llevabas razón. Debía aceptar quién fui para poder decidir quién quiero ser, porque seguir huyendo o escondiéndome tan solo era poner parches. Y no voy a negar que afrontar las partes más feas y oscuras de uno mismo es duro, porque reconocerlas las hace reales, pero ahora entiendo lo que intentabas decirme aquella última noche en la caravana y te agradezco lo que hiciste por mí. Necesitaba… un empujón. Un empujón en la dirección correcta.

Cuando alzo la vista hacia él, comprendo que una mirada puede significarlo todo. Las palabras son efímeras, los gestos pueden ser teatrales, pero los ojos…, los ojos no mienten. Una mirada puede ser demoledora y dejarte ver en apenas un instante lo que alguien esconde en lo más profundo de su corazón.

—Espero que no sea demasiado tarde.

—Llegas justo a tiempo —le aseguro.

No quiero llorar, pero El beso se distorsiona lentamente alrededor; los colores se entremezclan, el dorado se funde con el manto de flores. Y esa visión borrosa es preciosa en sí misma. Tomo aire y, sin moverme apenas, alargo la mano y encuentro la suya. Su calidez contrasta con el frío del que nunca logro desprenderme. Reconozco sus nudillos, la forma de las u?as, el tacto suave de su piel. He visto estas manos pasando las páginas de un libro y acariciando todo mi cuerpo. Y las he echado de menos profundamente. Lo he echado de menos.

—No pienso soltarte.

—Vale. —Will sonríe.

He entrado sola a la galería, pero salgo junto a él.

Durante unos minutos, nos alejamos en silencio del palacio hasta internarnos en la monumental ciudad a orillas del Danubio. Sus calles ya están preparadas para la llegada de la Navidad, acaban de encender las luces y la gente pasea entre los mercadillos, las cafeterías y los establecimientos abiertos.

—?Y ahora qué? —pregunto.

—Ahora está anocheciendo en Viena.

—No era una pregunta literal —digo.

Will sonríe sin soltar mi mano. La avenida que transitamos huele a algo dulce que no sé identificar y me siento un poco mareada por tantas emociones.

—Deberíamos conocernos —propone, y yo alzo las cejas—. Sí. Imagina que nos hemos visto por primera vez en esa sala de la galería. Me has llamado la atención porque… me gusta tu chaqueta nueva. ?El estampado es de libélulas?

—Sí, la compré en una tienda de segunda mano de Londres.

—Así que eres una chica aventurera.

Hubiese respondido que no cuando nuestros caminos se cruzaron por primera vez la primavera pasada, pero ahora, unos meses después, me veo asintiendo y sonriendo.

—Así es. Me encanta viajar.

—A mí también me gusta.

Dejamos de caminar y nos miramos.

—Me llamo Grace Peterson.

—Will Tucker. Encantado.

él traza espirales en el dorso de mi mano. Es un gesto peque?o que me resulta inmenso y me encoge la tripa.

—?Lo tienes todo claro en la vida?

—Solo lo importante —contesta.

—Bien, hay que dejar espacio para la improvisación. —Estamos muy cerca, la gente avanza a nuestro alrededor y sé que probablemente molestamos, pero no me importa porque, de pronto, cuando lo miro, deja de existir lo demás—. Me gustaría hacerte algunas preguntas más antes de pasar la velada con un completo desconocido así por las buenas. Creo que es comprensible —bromeo.

—Del todo. Adelante.

—?Dulce o salado?

—Salado.

—?Color favorito?

—Mmm… El morado.

—?De dónde eres?

—Nebraska. Nací en una ciudad peque?a llamada Ink Lake.

—?Crees en los fantasmas?

—No.

—?Te has enamorado alguna vez?

Will alza una ceja y después sonríe lentamente sin dejar de mirarme.

—?No es un poco atrevido preguntarle algo así a un desconocido?

—Tú solo responde —le ruego.

—Ya lo sabes, Grace. Lo sabes.

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