Puro (Pure #1)(99)



—Nos van a sacar de aquí sin protección —interviene Bradwell—. Nunca encontraremos a tu madre porque nos matarán antes.

Perdiz está paralizado y blanco como un muerto; le cuesta respirar.

Pressia lo mira y afirma la verdad pura y dura:

—Moriríamos.

Perdiz clava los ojos en su mano y después mira a Bradwell. Ya ha puesto la vida de ambos en peligro; es lo menos que puede hacer, y parece saberlo. Avanza hasta la Buena Madre y pone la mano sobre la mesa.

—Sujétamela para que no la quite —le pide a Bradwell.

Bradwell le coge por la mu?eca con tanta fuerza que Pressia puede ver cómo se le ponen blancos los nudillos. Perdiz aprieta los dedos y deja extendido solo el me?ique.

La Buena Madre pone la punta del cuchillo a un lado del me?ique, lo levanta y, de un rápido movimiento, baja la hoja sobre el me?ique de Perdiz, justo por el nudillo central. El sonido —casi un ?pop?— hace que Pressia ahogue un grito.

Perdiz no grita, ha sido demasiado rápido. Se queda mirando la mano, la sangre que rápidamente forma un charco, la mitad del me?ique desgajada. Debe de haber un extra?o momento de entumecimiento porque su cara es inexpresiva. Sin embargo, de repente se le contorsiona el rostro al sobrevenirle el dolor y clava la vista en el techo.

La Buena Madre le da a Bradwell un trapo y un cinto de cuero.

—Apriétalo bien al vendárselo. Aplica presión y que lo mantenga en alto.

Bradwell ata el cinto de cuero alrededor del dedo. Lo sostiene en el pu?o y luego presiona el trapo empapado de sangre contra el corazón de Perdiz. Un ramo, eso se le ocurre a Pressia: rosas rojas, del tipo de cosas que se ven en las revistas antiguas de Bradwell.

La Buena Madre coge la otra parte del me?ique y lo sostiene entre ambas manos.

—Llevadlo a su habitación. Las mujeres os esperan al otro lado para escoltaros.

—Hay otra cosa —dice Bradwell.

—?De qué se trata? —pregunta la Buena Madre.

—El chip del cuello de Pressia. Sigue activo.

—De eso nada —replica Pressia.

—Que sí —insiste Bradwell.

—Pero si ninguno de nuestros chips sigue en activo. ?A quién le iba a importar que estemos aquí fuera, sin nada?

—Por alguna razón han hecho que Perdiz y tú os encontréis. Ahora lo veo claro —le dice Bradwell a la chica, antes de preguntarle a la Buena Madre—: ?Hay alguna médica o enfermera? ?Alguien con conocimientos?

La Buena Madre rodea a Pressia y se para a su espalda. Le aparta el pelo de la nuca y deja el cuello a la vista. A continuación toca la cicatriz que tiene allí la chica, un antiguo nódulo mate. A Pressia le recorre un escalofrío por la espalda. No quiere que nadie le raje el cuello.

—Vamos a necesitar un cuchillo, alcohol y trapos limpios —dice la Buena Madre como si tal cosa—. Os lo enviaré todo. Lo vas a hacer tú mismo, muerto.

—No —le dice Pressia a su amigo—. Dile que no lo harás.

Bradwell se mira las manos y sacude la cabeza.

—Lo tiene en el cuello. Es peligroso.

—Tú eres buen carnicero.

—Pero si yo no soy carnicero.

—No cometerás ningún error.

—?Cómo puede estar tan segura? —pregunta Bradwell.

—Porque, si lo cometes, te mataré, y será un placer. Aquello no reconforta a Pressia. Bradwell parece más nervioso aún que ella. Se rasca las cicatrices de la mejilla.

—Adelante —ordena la Buena Madre.

La mujer de la lanza-escoba los conduce hasta la puerta. A Perdiz se le doblan un poco las rodillas y Pressia tampoco está muy estable que digamos. La mujer les abre la puerta y, antes de salir por ella, Pressia vuelve la vista hacia la Buena Madre, que acuna uno de sus brazos con el otro, la cabeza inclinada y la mirada en el bíceps izquierdo. Pressia sigue los ojos de la Buena Madre y ve cómo la tela de gasa de la camisa se retrae y se infla: es todo lo que queda de su hijo, un bebé peque?o, con los labios morados y la boca oscura metido en el brazo de la madre, todavía con vida, aún con aliento.





Pressia


Cuento de hadas

La mujer los conduce a una habitación peque?a con dos palés en el suelo y cierra la puerta con llave tras ellos. Perdiz se apoya en la pared y se desliza por ella para sentarse; lleva la mano herida pegada al pecho.

Pressia no se puede sentar, va a estallarle la cabeza. ?Le tiene que quitar el chip alguien que ni siquiera es carnicero?

—Ni se te ocurra pensar que me vas a quitar el chip del cuello —le dice a Bradwell—. No lo vas a hacer y punto. Ni te me acerques.

—Saben dónde estás todo el rato. ?Eso es lo que quieres? Con lo mucho que te gusta la Cúpula, no me extra?aría que te gustase convertirte en su marioneta.

—?No soy la marioneta de nadie! Estás paranoico. ?Pirado!

—Tan pirado como para andar buscándote.

—Yo no te he pedido que me hicieras ningún favor.

—Pero tu abuelo sí, y creo que ya lo he pagado con creces.

Pressia siente como si le hubiesen pegado un pu?etazo y la hubieran dejado sin aire. ?Por eso la ha estado buscando? ?Porque le debía a su abuelo un favor por ponerle unos puntos en la mejilla?

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