Puro (Pure #1)(100)



—Bueno, pues considera la deuda pagada. Yo nunca he pedido ser la carga de nadie.

—No quería decir eso —esgrime Bradwell.

—?Silencio! —exclama Perdiz—. ?Callaos ya! —Está pálido y tembloroso.

—Siento lo de tu dedo —le dice Pressia.

—Aquí todos hemos hecho sacrificios —comenta Bradwell—. Ya era hora de que él hiciera alguno.

—Muy bonito —replica Pressia. Ahora mismo odia a Bradwell; la buscó porque debía un favor, ni más ni menos. ?Por qué tiene que restregárselo por la cara?—. Muy comprensivo por tu parte.

—Estás muy graciosa con ese uniforme de la ORS —se burla Bradwell—. Mira qué brazalete. ?Ahora eres oficial o qué? Esos sí que son una panda encantadora, ?de lo más comprensivos!

—Me secuestraron y me obligaron a ponérmelo —se excusa Pressia—. ?Qué te crees?, ?que me gusta? —No suena muy contundente porque el uniforme le encanta, y probablemente el chico lo sabe.

—Parad ya —les pide Perdiz—. Bradwell tiene razón, Pressia. No nos encontramos por casualidad. ?Quién sabe durante cuánto tiempo han sabido dónde estabas? La pregunta es: ?por qué tú?

Pressia se sienta junto a Perdiz y dice:

—No tiene ningún sentido. No lo pillo.

—La Buena Madre ha dicho algo que se me ha quedado grabado. —Bradwell se agacha y mira a Perdiz a los ojos—. Te guardas algo, no estás siendo honesto.

—?El qué estoy guardándome? Te lo he contado todo. Me acaban de cortar el dedo. ?Por qué no te relajas, hombre?

Pressia recuerda el colgante, se palpa los bolsillos y, en uno de ellos, siente el contorno duro del cisne y los bordes de las alas. ?Tuvo tiempo de guardarlo antes de desmayarse? ?Lo encontró alguien en su pu?o y se lo metió en el bolsillo? Le alivia conservarlo. Lo saca y lo deja sobre la palma.

—?Vosotros me dejasteis esto?, ?como una se?al?

Perdiz asiente.

—Lo encontraste…

Recuerda cuando jugó al Me Acuerdo con Perdiz e intercambiaron recuerdos. Ella le contó lo del poni del cumplea?os y él, el cuento del rey malo y la esposa cisne. Una esposa cisne… como el colgante de cisne con el ojo azul. Pressia mira a Bradwell.

—A lo mejor no se lo está guardando, quizá no sabe qué es lo importante.

—?Y qué es? —pregunta Bradwell—. Me encantaría saberlo.

—?Qué me dices de la esposa cisne? —le sugiere Pressia a Perdiz—. Cuéntame el cuento.

Perdiz no ha vuelto a contarlo en voz alta desde aquella vez que intentó relatárselo a su hermano Sedge, después de las Detonaciones. Por aquel entonces todavía recordaba la risa de su madre pero, con el tiempo, el aire de la Cúpula estaba tan huero, tan vacío, que tenía la sensación de que los olores, los sabores e incluso los recuerdos, los estaba succionando en su propia cabeza una bolsa de aire vacía. Aribelle Cording Willux… Todas las huellas de su madre estaban desapareciendo poco a poco, lo sabía. Tan solo una semana después de las Detonaciones había empezado ya a olvidar el sonido de su voz. Aunque ahora está seguro de que, si pudiese oírla, aunque solo fuese una sílaba, le volvería toda ella al instante.

—El cuento dice así. —Empieza a contar una historia que lleva contándose durante a?os, a solas—. Antes de ser una esposa cisne era una mujer cisne que salvó a un joven que se estaba ahogando, pero que luego le robó las alas. Era un joven príncipe. Malo. La obligó a casarse con él y se convirtió en un rey malo.

?El rey creía que era bueno pero se equivocaba.

?También había un rey bueno que vivía en otras tierras. La esposa cisne todavía no sabía que existía.

?El rey malo le dio dos hijos. Uno era como el padre, ambicioso y fuerte, mientras que el otro se parecía más a ella.

Perdiz está soliviantado y, a pesar de su debilidad, tiene que levantarse y pasear. Apenas es consciente de lo que hace. Va pasando la mano ilesa por el mango de una carretilla, por una ranura y por las grietas de las paredes de cemento. Cuando se detiene, le pide a Pressia el colgante, que se guarda en el pu?o, tal y como su madre le decía que hiciera cuando ella le contaba la historia. Siente las puntas afiladas de las alas del cisne. Al cabo prosigue: —El rey malo metió las alas de la esposa cisne en un cubo y lo bajó hasta un viejo pozo seco. El ni?o que se parecía a la madre oyó el aleteo por el agujero y una noche bajó y encontró las alas de la esposa cisne, que se las puso y cogió al ni?o que pudo (el parecido a ella, que no opuso resistencia) y se fue volando.

Pero en ese punto se detiene de nuevo porque se siente mareado.

—?Qué ocurre? —pregunta Pressia.

—Sigue —le urge Bradwell—. Venga, anda.

—Necesita su tiempo —media Pressia—, para recordar.

Pero no es porque se haya atascado. No, recuerda la historia a la perfección. La razón por la que se ha parado ha sido porque casi ha sentido a su madre: al liberar la historia también está liberando una parte de ella. Se ha detenido para asimilarlo, hasta que se le ha pasado. En esos breves instantes recuerda cómo era ser peque?o; recuerda sus brazos de ni?o y sus piernas inquietas. Recuerda los nudos de la manta azul que usaban en la casa de la playa, el tacto del colgante en su pu?o, como un gran diente afilado.

Julianna Baggott's Books