Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(17)
—?Y Leah? Papá… —Tragué saliva—. ?Leah está…?
—Está herida, pero no parece grave.
Colgué y sujeté a Oliver por los hombros mientras él vomitaba en la jardinera de aquel hotel. Mi hermano nos recogió diez minutos más tarde en una calle cercana. Diez minutos que fueron eternos, en los que él perdió el control y yo hice acopio de fuerzas para mantenerlo en pie.
18
LEAH
No salí de la habitación durante toda la tarde. Pero sí abrí la mochila, saqué los libros e hice los deberes. Cuando los terminé, me puse los auriculares y dejé que las canciones me llenasen. Era el único nexo con el pasado que me permitía mantener, porque no podía…, no podía prescindir de él. Imposible.
Sonó Hey Jude y luego Yesterday.
Cuando llegó Here comes the sun, la pasé.
Volví a Yesterday, a Let it be, a Come together.
Por primera vez en mucho tiempo, las horas dentro de esas cuatro paredes en las que me había sentido tan segura se me hicieron interminables. Salí casi al anochecer para ir al servicio y Axel no estaba en casa, así que me acerqué a la cocina para coger algo de comida, evitando mirar hacia la puerta de la terraza trasera, porque seguía siendo dolorosamente consciente de lo que había allí. Abrí un par de armarios antes de encontrar una caja de galletas Tim Tam y encogí los dedos cuando vi la bolsa que había al lado; estaba llena de piruletas de fresa con forma de corazón. Estaba a punto de sacar una cuando Axel entró en casa; mojado aún, dejó la tabla en el umbral y me miró con cautela.
—Lamento lo de antes. Lo lamento mucho —dije.
—Olvídalo. ?Qué te apetece cenar?
—No quiero olvidarlo, Axel, es que no puedo. Siento que me ahogo cada vez que hago algo normal, algo de lo que hacía entonces, porque es como si eso significase que la vida sigue su curso y yo no entiendo cómo es posible que sea así, cuando una parte de mí sigue dentro de ese coche, con ellos, incapaz de salir de allí.
Axel se pasó una mano por el pelo húmedo suspirando. Y entonces…, entonces dijo algo que me rompió. Crac.
—Te echo de menos, Leah.
—?Qué? —susurré.
Apoyó un brazo en la barra de la cocina que nos separaba.
—Echo de menos a la chica que eras antes. Ya sabes, verte pintar, bromear contigo, esa sonrisa que tenías… Y no sé cómo, pero voy a conseguir sacarte de ahí, de donde quiera que estés, y traerte de vuelta.
No dijo nada más antes de meterse en la ducha, pero esas palabras fueron suficientes para conseguir que sufriese una leve taquicardia. Me quedé quieta, con la mirada fija en la ventana y una mano sobre el pecho, temerosa de que cualquier movimiento pudiese generar un terremoto y el suelo empezase a temblar bajo mis pies. No ocurrió. La calma fue casi peor.
La ausencia de ruido o caos. Solo eso, calma. De la que anuncia que la tormenta está cerca, o es una se?al de que estás en el ojo del huracán.
19
AXEL
Cuando hablé con Oliver por la noche, no le conté lo que había pasado esa tarde. Al colgar, me di cuenta de que apenas le estaba diciendo nada de lo que ocurría bajo ese techo en el que vivíamos, como si se hubiese convertido en un lugar cerrado, aislado, en el que las cosas solo tuviesen la importancia que nosotros queríamos darles. Y, pese a todo, Leah y yo nos entendíamos bien; podíamos enfadarnos y después cenar como dos personas civilizadas. O pasar días sin dirigirnos más que unas cuantas palabras y sin que resultase raro; de algún modo, nos acoplábamos, incluso a pesar de la tristeza que a ella la carcomía y de la desesperación que yo empezaba a sentir, porque si tenía un defecto en este mundo era la impaciencia.
Nunca había sido muy dado a esperar.
Recuerdo que, cuando era peque?o, deseaba comprarme un coche teledirigido y estuve insistiéndoles a mis padres durante días. Mi hermano se había empe?ado meses atrás en un juego de mesa de lo más aburrido que a mí me hacía poner los ojos en blanco solo al oír su nombre. Así que, siguiendo mi lógica infantil, una tarde cogí la hucha de mi hermano, saqué todo el dinero y volví a dejarla en su lugar sin que se diese cuenta. Mis padres me compraron el coche pensando que eran ahorros míos y lo disfruté jugando con Oliver por todos los caminos que había detrás de nuestras casas, poniendo trampas con piedras, troncos y hojas para ver si podía escalarlas. Durante muchas semanas, fui recogiendo el dinero que me ganaba portándome bien o haciendo las tareas de la casa y devolviéndolo a la hucha de Justin poco a poco. Cuando él se decidió a comprarse su capricho, yo le había vendido el coche, ya medio destrozado, a un chico de mi colegio y no faltaba ni un céntimo del dinero que había cogido.
Y la moraleja de toda la historia es algo así como ??Por qué esperar a conseguir algo ma?ana cuando puedes tenerlo hoy??.
En esos momentos la impaciencia me estaba matando.
Por Leah. Porque necesitaba verla sonreír.