Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(15)
Compasión. Impotencia. Yo qué sé.
Esa noche rompí mi rutina. En lugar de leer un poco e irme a la cama, encendí el ordenador y aparté las cosas que tenía sobre el teclado antes de teclear en el buscador ?ansiedad?. Estuve horas leyendo y tomando notas.
?Síndrome de estrés postraumático: trastorno psiquiátrico que aparece en personas que han vivido un episodio dramático en sus vidas.? Seguí apuntando: ?Las personas que lo sufren tienen pesadillas frecuentes rememorando la experiencia. Otros signos característicos son la ansiedad, palpitaciones y secreción elevada de sudor?. Y continué, incapaz de irme a dormir: ?Sentirse psíquicamente distante, paralizado ante cualquier experiencia emocional normal. Perder el interés por las aficiones y diversiones?.
Supe que hay cuatro tipos de estrés postraumático.
En el primero, el paciente revive constantemente el suceso que lo ha desencadenado. El segundo es la hiperexcitación, cuando se sufren signos constantes de peligro o sobresaltos. El tercero se centra en los pensamientos negativos y la culpabilidad. Y el cuarto…, joder, el cuarto era Leah, toda ella. ?Se adopta la evasión como maniobra. El paciente muestra y trasmite insensibilidad emocional e indiferencia ante actividades cotidianas; elude lugares o cosas que le hagan recordar los acontecimientos.?
El domingo me desperté al amanecer, como siempre, a pesar de haber dormido tan solo un par de horas. Hacía un día soleado, aunque las temperaturas habían bajado. Preparé café y dejé a Leah durmiendo antes de coger la tabla y caminar hasta la playa. Pero cuando vi los delfines tan cerca de la orilla, regresé sobre mis pasos, porque no podía dejar que se perdiese aquello y que esa ma?ana no terminase entre las olas a mi lado, no cuando empezaba a entenderla, como ese acertijo que deseas descifrar o esa pieza que necesitas que encaje.
Llamé a la puerta de su habitación, pero no contestó, así que terminé abriéndola sin hacer ruido. Ese fue mi primer error. Cogí aire al verla sobre la cama, de espaldas, vestida tan solo con una camiseta y la ropa interior blanca. Sus piernas desnudas estaban enredadas entre las sábanas. Ella se movió un poco y yo entorné la puerta y salí de casa.
—Joder —mascullé mientras me abrochaba el leash.
Estuve en el agua durante varias horas.
Supongo que por eso ella vino a buscarme.
Todavía mar adentro, la distinguí sentada cerca de la orilla, con las piernas cruzadas y la mirada fija en el horizonte. Salí un poco después, con la tabla bajo el brazo y agotado. Me dejé caer a su lado sin decir nada, estirándome sobre la arena.
—Siento lo de anoche, no quería asustarte.
—Es ansiedad, Leah, no es culpa tuya; cuanto más intentes evitarlo o lo pienses, peor será. Las cosas no siempre son fáciles, pero deberías ir avanzando poco a poco.
—Nadie me cree, pero lo intento.
Yo la creía. Estaba convencido de que luchaba cada día por salir adelante sin ser consciente de que era ella misma la que se frenaba y lo impedía. Lo deseaba. Pero su instinto era más fuerte, y ese instinto le gritaba que el camino para llegar a la meta era demasiado complicado, que era más sencillo quedarse donde estaba, agazapada y protegida, anclada en un lugar que ella misma se había construido.
Al día siguiente, tras verla desaparecer por el sendero de la entrada encima de su bicicleta naranja, monté en la pickup y me dirigí hacia la cafetería familiar para cobrarme el favor que le había hecho a mi hermano y desayunar gratis. Pedí café y un trozo de tarta.
—?Cómo fue la noche? ?Un polvo memorable?
—Mi mujer no es ?un polvo?, Axel. Cierra el pico.
—Vale, tienes razón. Es un polvazo, perdona.
Mi hermano me atravesó con la mirada y yo me reí, porque lo decía en serio. Emily era una tía tan fantástica que todavía no tenía muy claro qué hacía con Justin.
—?Quién tiene un polvazo? —Mi padre apareció sonriente, como de costumbre. Solía intentar usar la misma jerga coloquial que los surfistas o los hippies que vivían en la zona, pero nunca lo conseguía del todo y mamá le daba una colleja cada vez que lo escuchaba.
—Déjalo, papá. Es Axel. Es idiota.
—Pues tus hijos piensan que soy ?el tío más guay?.
—Mis hijos tienen seis a?os —replicó con los ojos en blanco—. Y no te perdono que les dejases pintar en las paredes, ?en qué estabas pensando?
El otro día pusieron el salón perdido y no entendían por qué les re?íamos.
—Yo les dije que podían hacerlo un día. Si ellos se han tomado la libertad de alargar la cosa, no es mi problema. Tengo que irme, hablamos ma?ana.
—?Que vaya bien, colega! —gritó mi padre sonriente.
Intenté no reírme mientras me despedía y luego subí al coche y conduje durante un buen rato hasta una ciudad cercana. No es que en Byron Bay no pudiese comprar lo que buscaba, pero había menos variedad y los precios solían ser más caros. Me tomé mi tiempo para elegir cada cosa.
Quería que todo fuese nuevo, sin usar, sin marcas ni recuerdos. Aproveché para llevarme algunos materiales de trabajo que necesitaba. Cuando regresé a casa, salí a la terraza y lo dejé todo preparado. Luego metí en la nevera el sushi que había traído y esperé fumándome un cigarro hasta que la vi aparecer pedaleando a lo lejos.