Save Us (Maxton Hall #3 )(92)
Beaufort. Me caliento cuando veo sus cosas. Al mismo tiempo, pasa por mi mente que mi hermana renunciaría a su ri?ón para estar en mi lugar ahora. Está loca por el arreglo del vestuario, y sé que este de aquí es un sue?o hecho realidad. Al principio me avergüenzo de este pensamiento y la alejo de mis pensamientos para concentrarme en la tarea que tengo por delante.
James entra en el vestidor y pasa la mano por encima del traje de su madre. —Todavía huele a ella,— susurra. Me pongo detrás de él, le toco el hombro.
—Si quieres que nos detengamos, dilo, y...— él sacude la cabeza vigorosamente.
—No.
Subo a los estantes. Lentamente desdoble las camisas, para ver si hay algo escondido entre ellas. Por desgracia, no hay nada. James busca en los estantes más altos que no alcanzo, y también va por las botas.
También vuelve con las manos vacías.
—?Quizás allí?— Apuntando una caja blanca en lo profundo de la habitación. James asiente con la cabeza. Abro la puertecita.
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Y me quita el aliento otra vez. Estoy literalmente cegada por las joyas. Todo brilla y brilla: broches, collares, pendientes, fascinantes, perfectos para bodas o carreras de caballos.
—Vaya.— Ronroneo. James está de pie a mi lado.
—Recuerdo muchas de esas peque?as cosas. E incluso en las ocasiones particulares en que las usó. ?Es eso raro?
—No, no lo es.
Miramos los compartimentos forrados con gamuza negra, los recogemos para ver si hay algo debajo de ellos. En el cajón de abajo hay horquillas para el pelo y varias cositas de colores. Reconozco algunas de aquellas joyas que vi en el pelo de Lydia cuando estaba sentada frente a mí en clase.
—?Por qué este cajón es tan poco profundo?— de repente le preguntó a James.
Me tomó demasiado admirar una ara?a de plata y pensar en la oportunidad de sujetar algo así para notar algo. James se inclina hacia abajo, saca el cajón lo más lejos posible, desliza su mano entre el fondo y la parte trasera del armario. Abre bien los ojos.
—Hay algo allí—, dice, y se inclina aún más hacia abajo hasta que su mano desaparece por completo en el mueble. Puedo oír al maldito silencioso buscando algo en la oscuridad. Aguanto la respiración cuando finalmente logra encontrarlo y lentamente extiende su mano. Frunzo el ce?o.
—?Qué es eso?— Pregunto en voz baja.
James parece igualmente sorprendido. Sostiene una peque?a caja, cubierta con cuentas de colores de todos los colores posibles. Es tan colorido, tan cursi, que no encaja para nada en el vestidor de Cordelia 333
Beaufort.
—Parece un joyero. Pero... no creo que le pertenezca a mamá. Se ve un poco raro.
Asiento con la cabeza. Las cuentas están pegadas torcidas, como si fueran de una ni?a. —Tal vez es tu trabajo de jardín de infantes.— Lo deja. James niega con el movimiento de la cabeza.
—Incluso si lo fuera, mi padre lo habría tirado hace mucho tiempo.
—James,— de repente digo. —Dale la vuelta.
Cumple mi petición, y se paraliza. Hay una peque?a cerradura en el cofre.
—?Tienes la llave?— Pregunto, pero James ya está buscando en el bolsillo de su pantalón y la saca. Creo que los dos estamos conteniendo la respiración cuando lo desliza en el agujero... y lo gira.
Nos miramos de forma comunicativa, y luego James levanta la tapa de la caja. Me inclino para mirar.
Hay un sobre en gamuza marrón oscuro. James lo saca, pone la caja en el suelo, y luego abre lentamente el sobre. Lo observo mientras lo lee.
No deja que pase nada. Intento ser paciente y no mostrar lo nerviosa que estoy.
Después de dos minutos, James levanta la cabeza.
—?Y qué?— Pregunto en un susurro.
—Tenemos que llamar a Ofelia.— Levantando el sobre. —Este es el testamento de mi madre.
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Entonces, a mi hermana menor Ofelia Beaufort, doy mis acciones en la empresa Beaufort. En caso de que yo muera, es Ofelia Beaufort la que se convertirá en la directora creativa y presidenta del consejo hasta que mis hijos se gradúen.
Ofelia lee en voz alta y yo me cubro la boca. Mi tía se limpia los ojos como si no pudiera creer en la voluntad de mi madre.
—Eso no es todo.— Ofelia me da el documento. Aprieto mis dedos 335
en el muslo de Graham. Está sentado a mi lado en el jardín y me abraza el hombro. Con manos temblorosas, tomo la hoja de papel firmada por la mano de mi madre. Doy la vuelta a las hojas hasta llegar a la parte en que Ofelia ha dejado de leer. Cuando veo mi nombre, lo levanto más cerca de mis ojos.
Yo, Cordelia Beaufort, establezco a mi hija Lydia Beaufort y a mi hijo James Beaufort como herederos iguales de mi patrimonio.
Que siempre crean en sí mismos y pongan sus visiones en práctica.
Aparece un enorme nudo en mi garganta.
—No lo creo.— Susurro. —Ella salvó las acciones. Para James y para mí.
—Porque ella creía en ti,— apunta Graham en silencio.