El mapa de los anhelos(8)



Pero pensaba que lo sabía todo sobre Lucy.

Porque ?todo? no era mucho, en realidad.

En verano, durante las vacaciones, se veía con algunas compa?eras con las que había coincidido en el instituto si regresaban a la ciudad. Y de vez en cuando iba a ver a su amiga Marge a la cafetería en la que trabajaba. El último chico con el que tuvo algo se llamaba Tom y de aquello hacía más de tres a?os. Aunque ahora ya no estoy segura de eso, claro. Porque en las manos aún sostengo el sobre con el nombre de ese desconocido.

Will.

Will Tucker.

Lo susurro en voz alta con la esperanza de que acuda algún recuerdo a mi mente, pero no, estoy segura de que jamás lo he oído antes.

Tengo tantas ganas de abrirlo que apenas puedo contenerme y agradezco que el abuelo aparezca con dos tazas de café porque, de lo contrario, creo que habría incumplido las normas de Lucy incluso antes de empezar a jugar.

—Sigo sin entenderlo —insisto.

El abuelo lanza un largo suspiro.

—Grace, solo tienes que seguir las reglas.

—Sabes que eso no se me da bien. —Me quemo la lengua con el café, pero no me importa. Estoy entumecida—. ?Desde cuándo estabas al tanto de esta locura?

—Unos meses antes…

?Unos meses antes de su muerte? sería la frase completa, pero no necesito que lo diga para entenderlo. Me cuesta imaginarlos planeando todo esto a mis espaldas, sobre todo tratándose de él, aunque entiendo que mi hermana lo eligiese y también que el abuelo accediese, claro. ?Cómo negarse a cumplir las últimas voluntades de su querida nieta?

—?De verdad no conoces a Will?

—Ya te he dicho que no —responde, a punto de perder la paciencia—. ?Vas a ir a verlo?

Asiento con la cabeza, aún pensativa, y vuelvo a dejar el sobre bajo el lazo pomposo de la caja. Miro la hora en el móvil: son las cinco de la tarde. Decido que, antes de poner rumbo a la misteriosa dirección, debo ir a casa para ver cómo está mamá y darme una ducha, así que me despido del abuelo con un beso en la mejilla y le prometo que lo mantendré al tanto de todo y que cenaré con él la noche antes de su viaje.



Algo peculiar que me llamaba la atención de peque?a era el olor característico de cada hogar. Va más allá de la colonia o el suavizante que use esa familia y yo, antes de cruzar el umbral de cada puerta, era capaz de distinguir perfectamente el aroma de la casa de Olivia, la que fue mi mejor amiga, de los vecinos o del abuelo. Por eso resulta tan curioso que la mía no me huela a nada. Es aséptica, como un museo o la sala de espera de un abogado. Siempre he tenido la sensación de que cualquiera podría ocuparla y hacerla suya en menos de cinco minutos, porque, a pesar de las fotografías que hay en el salón, en realidad nunca ha llegado a ser un hogar cálido. No sé si se debe a la indiferencia que se palpa entre mis padres, al hecho de que ha sido una residencia compartida con habitaciones de hospital o a que acostumbramos a celebrar los grandes acontecimientos, como la Navidad o los cumplea?os, en casa del abuelo.

Cuando llego, tan solo encuentro silencio.

Las llaves del coche de mi padre no están en la entrada, así que deduzco que se ha marchado. Mamá está en el sofá, con la mirada clavada en el televisor, y parece una ni?a desamparada. Dubitativa, la miro durante unos segundos desde la puerta, pero decido que es mejor no contarle nada sobre ?El mapa de los anhelos?, al menos por el momento. No sé cómo se lo tomaría y estoy segura de que, a pesar de las instrucciones de Lucy, abriría la caja que llevo en las manos a toda prisa, desesperada por encontrar en su interior algún resquicio de la hija que ha perdido.

Subo a mi habitación y voy al armario para coger ropa limpia. La cama lleva dos días sin hacerse, el escritorio que ya no uso para estudiar está lleno de trastos inútiles y en la pared destaca una fotografía en blanco y negro de un brazo con la piel erizada y los pelos de punta, justo al lado de un artículo sobre los tornados y las tormentas eléctricas que recorté de una revista, una postal de El beso de Gustav Klimt y algunos papelitos con palabras sueltas. Al lado de ??POR QUé?? distingo la nota en la que pone ?Nefelibata?. Tiro con fuerza de ella para arrancarla y la estrujo entre los dedos hasta convertirla en una bolita que encesto en la papelera.

Pienso en la carta de Lucy mientras el agua caliente cae sobre mi rostro y reprimo las ganas de llorar al recordar su voz dulce y tranquila cuando me llamaba ?peque?a Grace?. A mí también me gustaba que lo hiciese. Me gustaba mucho. Luego salgo, me desenredo el pelo a tirones e ignoro a la chica morena y de piel pálida que encuentro en el espejo. Un secreto: a veces no me gusta. Respiro hondo y decido que, sean como sean esas reglas de Lucy, voy a cumplirlas a rajatabla. Total, no tengo nada mejor que hacer. Literalmente. Llevo semanas buscando trabajo, después de que me despidiesen de PizzaK, y la idea de encontrar algo que no me resulte odioso cada vez es más lejana.

Me visto con vaqueros negros, zapatillas deportivas y sudadera.

Estoy a punto de salir de casa con el paquete dorado metido en la mochila cuando mi madre me intercepta en el pasillo y me sonríe sin ganas.

—?Adónde vas? ?Has quedado con Olivia?

—Sí. No sé a qué hora volveré.

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