El mapa de los anhelos(5)



Cuando iba al instituto, casi todos mis compa?eros so?aban con largarse a otro lugar mejor. A pesar de haber sido testigo de esa fantasía durante toda mi vida, nunca la he valorado en serio. Y eso que jamás he salido del estado. Debido a la enfermedad de Lucy, nos desplazábamos asiduamente a Omaha hasta que la derivaron a otro especialista en el hospital de Lincoln, que estaba más cerca. De esa manera, cuando la ingresaban y quería verla, podía coger el autobús de la línea nueve y escuchar música durante la hora y cuarto de trayecto, ya que conducir siempre me ha dado pánico.

Entonces, al llegar junto a su cama, mi existencia volvía a tener sentido. Ahí estaba. La heroína invisible. La salvadora silenciosa. La portadora de células indestructibles.

—?Te imaginas cómo sería ir a la universidad, Grace? —me preguntó Lucy una tarde lluviosa de primavera—. Estudiar algo que te apasione en un lugar donde poder empezar desde cero sin que nadie presuponga nada sobre ti.

—No creo que sea para tanto.

—Tú podrías hacerlo. Ir a Nueva York, vestirte de forma extravagante y comerte un perrito caliente delante de algún escaparate decorado. ?Y quién sabe? Quizá acabarías siendo una patinadora famosa y yo iría a visitarte en verano y me quedaría en la habitación de invitados de tu sofisticado apartamento minimalista.

—Ves demasiadas películas, Lucy.

—Fantasear es gratis —contestó.

Cogí la caja del juego que tenía en la mesilla de noche, lo abrí y repartí las fichas. La tarde avanzó entre tiradas de dados hasta que se quedó dormida y una de las enfermeras entró para ponerle otra dosis de medicación. Después, el silencio fue nuestra única compa?ía. Mamá había aprovechado mi visita para ir a casa y darse una ducha, pero no tardaría en regresar. Contemplé el rostro de mi hermana e intenté vislumbrar esa parte de ella que parecía ajena a la enfermedad. ?Cómo habría sido su vida con salud? Más complejo aún: ?cómo habrían sido las vidas de la familia Peterson?

En una ocasión, de peque?a, mientras observaba el tronco del árbol que crecía en la parcela de la casa del abuelo, comprendí que era el símil perfecto de la existencia. En primer lugar: necesita agua y nutrientes para sobrevivir. En segundo lugar: el camino inicial es recto, pero tarde o temprano se divide, crecen varias ramas y debes empezar a tomar decisiones. La vida deja de ser lineal y pasa a parecerse más a un laberinto. Cada sendero que tomas implica que dejas otros atrás, y eso es aterrador.

Así que, sí, en otra vida tengo amigas y hablo con ellas sobre marcharme lejos de Ink Lake. Cumplo mis sue?os, alcanzo el éxito, conozco hombres interesantes, me enamoro, rompo algún corazón y como helado junto a mis compa?eras de piso cuando me devuelven la jugada. Viajo a Europa, celebro el fin de a?o por todo lo alto, llorar me hace fuerte, pruebo platos exóticos y bebo vino blanco en copas de cristal. Durante las vacaciones, vuelvo a casa a visitar a mis padres y abrazo a mi hermana en cuanto entro por la puerta. Es una hermana con las mejillas sonrosadas, los ojos brillantes, el pelo sedoso y las células intactas. Me presenta a su novio y, tras la cena familiar, nos quedamos riéndonos y hablando en el tejado de casa hasta las tantas, cuando mamá aparece por el hueco de la buhardilla para pedir que bajemos la voz.

Es tan ridículamente perfecto que me entran náuseas mientras pedaleo cada vez más rápido, con las manos apretando el manillar como si desease estrangularlo.

En cualquier caso, rebobinemos.

El camino recorrido fue otro. Por eso me encuentro atrapada en una ciudad peque?a de la que nunca me he planteado escapar. El estancamiento tiene algo atrayente difícil de explicar. Imagina un pozo oscuro: el agua no se mueve, no fluye, todo se mantiene silencioso e inmóvil, en calma. Y, si te tapas la nariz, ni te darás cuenta del olor putrefacto que desprende. Así que aquí estoy, anclada en un presente gris, con la palabra ?Nefelibata? flotando alrededor. Hace a?os que no patino sobre hielo, no estoy segura de tener ni una sola amiga de verdad, creo que mi padre tiene secretos y en un minuto giraré a la izquierda para entrar en casa de mi abuelo, celebrar su cumplea?os y fingir que la vida continúa y que, en concreto, la mía todavía tiene algún sentido.



La mesa ya está puesta en el salón y huele a tarta de limón, que es la preferida del abuelo. Me parece un milagro que mi madre se haya tomado la molestia de hacerla, supongo que se debe a que es una ocasión especial. Cuando nos sentamos alrededor del pollo relleno, me fijo en que los cubiertos están alineados sobre las servilletas azules. En teoría todo parece perfecto, pero el silencio en la estancia es denso. Mamá se encarga de cortar y servir la comida, papá parece concentrado en un hilito suelto que cuelga del mantel y el abuelo se mantiene tan serio y callado como de costumbre.

Me encantaría gritar. O ponerme a bailar. O hacer algo del todo inesperado, como el pino contra la pared o imitar los movimientos de un orangután enfadado.

—Está delicioso, Rosie —comenta mi padre—. Justo en su punto.

—Gracias, Jacob. —Ella ni siquiera se molesta en mirarlo.

Podrían ser dos actores que se acaban de conocer y están leyendo unas líneas del guion alrededor de la mesa para que el equipo de la película decida si hay química.

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