Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(8)
Asentí.
—?Prefieres que te acerque en coche?
Negué.
—Está bien, como quieras. —Axel suspiró—. ?Te apetece té?
Levanté despacio la cabeza hacia él.
—?Té? ?Ahora?
—Siempre lo tomo de noche.
—Lleva teína —susurré.
—Yo no noto nada.
Axel se llevó los platos a la cocina. Lo miré por encima del hombro mientras se alejaba. Su cabello era rubio oscuro, como el trigo maduro o la arena de la playa al atardecer. Aparté los ojos de él de golpe, confundida, alejando los colores a un lado, enterrándolos.
Axel me llamó unos minutos después, con el vaso de té en la mano y un paquete de tabaco en la otra.
—?Vienes a la terraza? —propuso.
—No, me voy ya a la cama. Buenas noches.
—Buenas noches, Leah. Descansa.
Me metí bajo las sábanas a pesar de que no hacía frío y escondí la cabeza debajo de la almohada. Oscuridad. Solo oscuridad. En casa de Axel no se oía ningún coche pasar por la calle de vez en cuando ni voces lejanas, solo silencio y mis propios pensamientos, que parecían gritar y agitarse, contenidos. Cuando noté la ansiedad que empezaba a oprimirme el pecho y la respiración más irregular, cerré los ojos con mucha fuerza y me aferré a las sábanas, deseando que todo desapareciese. Todo.
A la ma?ana siguiente, lo encontré en la cocina.
Solo llevaba puesto un ba?ador rojo aún mojado y estaba preparándose una tostada. Me sonrió. Y lo odié un poco por eso, por sonreírme así, con esa curva perfecta, con ese brillo en los ojos. Evité mirarlo y abrí la nevera buscando la leche.
—?Has dormido bien? —preguntó.
—Sí —mentí. Había vuelto a tener pesadillas.
—?Seguro que no quieres que te acerque?
—Seguro. Pero gracias.
Me alejé de allí, de él, un rato después, pedaleando sin parar hasta llegar al instituto y dejar la bicicleta atada a la valla pintada de azul. El edificio de madera era peque?o, con una terraza alrededor. Bajé la mirada al traspasar el umbral y no hablé con nadie. Tiempo atrás, había sido uno de mis momentos preferidos del día: llegar a clase, encontrarme con mis amigas, contarnos los últimos cotilleos y encaminarnos juntas al aula. Pero ya no podía hacer eso. Lo había intentado, de verdad que sí, pero había una barrera entre ellas y yo, algo que antes no estaba.
Deseé que ella no hubiese empezado a trabajar allí cuando pasé cerca de Blair con la cabeza gacha, dejando que el pelo me cubriese un lado del rostro; creo que por eso lo llevaba tan largo, porque intentaba pasar desapercibida, esconder la expresión que sabía que todos podían leer en mis ojos. Si me hubiesen ofrecido un superpoder, habría elegido el de la invisibilidad. Así podría haber escapado de las miradas de lástima iniciales y de las que vinieron después, esas que parecían gritar que era rara, que no me entendían, que no estaba esforzándome lo suficiente para salir de nuevo a la superficie y respirar…
Estuve toda la ma?ana sentada en mi escritorio, trazando espirales en una esquina del libro de Matemáticas, concentrándome en cómo las líneas se curvaban y en el movimiento suave del bolígrafo negro. Cuando terminó la clase, me di cuenta de que apenas había escuchado nada de lo que había dicho la profesora. Estaba guardándome los libros en la mochila cuando Blair entró en el aula con timidez y vino hacia mí. Casi todos los demás compa?eros habían salido ya. La miré cohibida, deseando escapar.
—?Podemos hablar un momento?
—Yo… tengo que irme…
—Solo serán unos minutos.
—De acuerdo.
Blair tomó aire.
—Me he enterado de que tu hermano va a tener que pasar un tiempo en Sídney y quería que supieses que, si necesitas algo, cualquier cosa, sigues teniéndome aquí. De hecho, nunca me fui, en realidad.
El corazón me latía más deprisa.
Yo deseaba aquello, que todo volviese a ser como antes, pero no podía.
Cada vez que cerraba los ojos veía el coche dando vueltas y vueltas, un surco verde borroso que significaba que nos habíamos salido de la carretera, una canción que cesó abruptamente, un grito congelado. Y después…, después ellos estaban muertos. Mis padres. No podía olvidarlo, no podía alejarme de la escena más allá de unas horas, como si hubiese ocurrido la víspera y no hacía casi un a?o. No podía caminar al lado de Blair y sonreír cada vez que nos cruzásemos con un grupo de turistas surfistas o hablar de todo lo que haríamos en el futuro, porque lo único que quería hacer era…
nada, y lo único en lo que podía pensar era… en ellos, y nadie podía entenderme. Al menos, a esa conclusión había llegado tras varias sesiones con el psicólogo al que me llevó Oliver.
—No tiene por qué ser igual, Leah.
—No podría serlo —logré decir.