El mapa de los anhelos(12)


—Tienes un vocabulario bastante limitado, Will Tucker.

Creo que murmura algo por lo bajo, pero no llego a oírlo bien. Giro la cabeza para contemplar a través de la ventanilla los trazos verdes que dejamos atrás. El paisaje característico de colinas onduladas y acantilados de arenisca de Nebraska nos acompa?a durante todo el viaje, pero, sobre todo, los infinitos campos de maíz que se extienden como alfombras larguísimas más allá de las granjas de vacuno.

Cuando uno se pierde, es fácil ubicarse buscando los silos o los molinos de cereal que suelen alzarse alrededor de la mayoría de las poblaciones. En este estado, todos crecemos hablando de tres cosas: el ganado, la cosecha y el Kool-Aid, una bebida dulce en polvo con sabor a frutas que se inventó en Nebraska.

?Quién necesita más?

En un momento dado, Will sube el volumen de la radio cuando suena una canción antigua: Ghost Ship, de Blur. Imagino que le gusta, pero es difícil deducirlo, teniendo en cuenta que usa gafas de sol, aunque está nublado, y su expresión es pétrea.

No tardamos en llegar a nuestro destino.

Will estaciona delante de un edificio del que cuelga un cartel maltrecho en el que pone ?Centro social?. Me tenso al instante. él se quita las gafas y observa mi reacción.

—?De qué va todo esto?

—No tengo ni idea —dice con gesto serio—. Pero, en teoría, se supone que tienes que bajar del coche y entrar ahí. Será mejor que no tardes, llegamos con diez minutos de retraso.

—Mira, necesito respuestas. No entiendo qué hago aquí, tampoco sé quién eres tú y todo esto es una locura. No estoy segura de que valga la pena.

él alza una ceja y frunce el ce?o. Quizá esperaba que fuese un perro obediente que hace lo que le ordenan sin recibir jamás ningún tipo de explicación. Quiero a mi hermana. Quería. No, en pasado no. La quiero en presente, pese a que ella ya no exista, pero todo esto… Todo esto no tiene ningún sentido y me altera demasiado.

—Yo creo que es un regalo.

—?Qué quieres decir?

—Lucy te dejó esto antes de irse. —Se pasa una mano por el pelo tal como hizo en el callejón cuando leyó la carta. Está incómodo. Es evidente que las palabras no son lo suyo—. No sé por qué creó ?El mapa de los anhelos? ni qué la llevó a pedirme que formase parte de él, pero deberías disfrutarlo porque, si lo piensas bien, es lo último que te queda de ella.

Trago saliva con fuerza y asiento.

—?Qué tengo que hacer?

—No lo sé. Yo solo sigo órdenes concretas. Estaré esperándote aquí mismo dentro de cuarenta y cinco minutos. ?Te parece bien?

Su mirada es ahora más cautelosa, quizá hasta cálida, aunque sigue predominando en él esa distancia que no invita a traspasar las fronteras que impone. Me pregunto si es consciente de que lo único que consigue mostrándose tan enigmático es que te entren ganas de desentra?ar aquello que se esfuerza por proteger y ocultar.

—Me parece bien —contesto.

Salgo del coche y me interno en el edificio de enfrente. Un pasillo escasamente iluminado conduce hasta una sala de la que proviene una voz suave. Cuando llego hasta allí, me quedo paralizada en la puerta y varios pares de ojos me miran. Hay unas siete u ocho personas sentadas formando un círculo y, un poco más allá, una mesa con una cafetera y algunas pastas.

Sonrío con nerviosismo, porque si esto es lo que creo que es me parece que Lucy debió de ingerir demasiados calmantes el día que lo ideó.

—Hola, ?en qué puedo ayudarte? —pregunta una mujer de mediana edad con una melena corta y pelirroja que enmarca el rostro más dulce que he visto jamás.

—Lo siento… Me he equivocado…

—?Estás segura? —insiste.

—Yo… Bueno…

Es muy incómodo debatirse delante de todas estas personas que estudian con extraordinaria atención cada uno de mis movimientos. La mujer se pone en pie pasados unos segundos y me invita a acercarme gesticulando con la mano.

—No hace falta que participes de forma activa. Si te apetece, puedes sentarte y tan solo escuchar lo que los demás tienen que decir.

Me gustaría decirle que no, pero existen tres razones por las que termino caminando sin pensar y acomodando mi trasero en una silla libre: que me he propuesto seguir las reglas del juego de Lucy, que a esa se?ora encantadora resulta difícil contradecirla y que Will Tucker está esperándome fuera.

Así que lo hago.

Escucho.

Un hombre corpulento llamado Adrien cuenta entre sollozos el largo camino que recorrió junto a su mujer y la palabra ?cáncer? antes de que ella perdiese la batalla. Y una chica joven se desahoga hablando sobre lo duro que le está resultando criar sola a su hijo peque?o tras la pérdida de su marido. Finalmente, otra mujer comenta que ha logrado apuntarse al gimnasio después de meses de apatía, y todos aplauden.

La se?ora pelirroja es la encargada de moderar.

No sé cómo se le pudo pasar a mi hermana por la cabeza que yo, precisamente yo, sería capaz de abrirme delante de un montón de desconocidos que lo único que parecen tener en común es que la muerte les ha arrebatado a uno de sus seres queridos.

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