Todo lo que nunca fuimos (Deja que ocurra, #1)(103)



La miré y apreté la mandíbula.

—Entonces quizá no las quiera tanto.

Pude ver el instante exacto en el que su corazón se hizo a?icos delante de mis ojos, pero no hice nada para evitarlo. Me quedé allí, imperturbable, deseando que pasase pronto, olvidar el momento en el que los ojos de Leah chocaron por última vez con los míos. Y vi odio. Y dolor. Y decepción.

Pero aguanté. Aguanté hasta que ella me dio la espalda y bajó los escalones del porche a paso rápido. La contemplé marcharse por el camino como tantas otras veces, solo que esa era diferente, porque no habría más, no aparecería a la ma?ana siguiente pedaleando en su bicicleta naranja, no habría más amaneceres juntos ni más noches de palabras y besos y música.

Hay puntos finales que se sienten en la piel…

Me quedé unos minutos más sin moverme, todavía anclado en ese instante que ya se había esfumado y formaba parte del pasado. Después entré y bebí un trago de la primera botella que encontré. Luego la estampé contra la pila, cogí otra y seguí el olor del mar hasta llegar a la playa. Me tumbé en la arena y bebí y recordé y me repetí a mí mismo que aquel iba a ser probablemente el mayor error de mi vida.

No sé qué hora era cuando volví a casa. Pero sí sé que el corazón me latía frenético contra las costillas y que tuve que encenderme un cigarro detrás de otro para mantener las manos ocupadas y los dedos quietos.

Porque el impulso estaba ahí… gritándome, susurrándome. Cogí la escalera de mano y fui a mi habitación. Subí los pelda?os y lo miré todo. Miré mis fracasos amontonados encima de ese armario, llenos de polvo y telara?as. Y

cuando me di cuenta de que era incapaz de enfrentarlos, volví a bajar y me quedé allí, solo y quieto en medio de ese dormitorio que había sido nuestro.

Me senté en el suelo deslizando la espalda por la pared y alcé la mirada hacia el cuadro que estaba sobre la cama. Las notas de una canción que hablaba de submarinos amarillos se arremolinaron en mi cabeza y me acompa?aron durante toda la noche, hasta que amaneció, hasta que entendí que la había perdido para siempre y que esos trazos de color y piel y tardes haciendo el amor eran lo único que me quedaba de ella.

Me levanté cuando sonó el timbre de la puerta. Ya era por la ma?ana y creo que seguía estando un poco borracho, porque fui a trompicones hasta el salón. Abrí. Justin estaba ahí, con un café en la mano y una porción de tarta de queso en la otra.

—Yo… solo quería saber cómo estabas.

—Ya veo.

—?Eso significa que estás bien?

Creo que fue la primera vez que contesté con sinceridad a una pregunta tan sencilla como esa. Estaba demasiado acostumbrado a responder un ?sí? rápido y me costó encontrar las palabras y dejarlas salir.

—No, no estoy bien.

—Demonios, Axel, ven aquí.

Me abrazó. Yo dejé que lo hiciese. Y lo sentí, sentí que tenía un apoyo, a un amigo, a mi hermano mayor. Había tenido que estar metido en el fango hasta arriba para darme cuenta de algo que estaba delante de mí todos los días. Recordé lo que le conté a Leah cuando subimos al cabo Byron, sobre aquel grafiti que no me paré a mirar hasta meses después. Esa sensación de estar perdiéndome un capítulo de mi propia vida me sacudió de nuevo.





108



LEAH

Mentiría si dijese que no dolió. Que el desamor no es duro. Que no me pasé noches llorando hasta dormirme agotada. Que cuando algo se rompe no deja tras de sí un montón de trocitos diminutos que ya no pueden volver a pegarse. Que no fue como sentir que la mano de Axel traspasaba mi piel, apretaba mi corazón con fuerza y lo soltaba de golpe. Mentiría. Pero, irónicamente, lo peor fue perderlo. Sí. Lo más insoportable fue saber que ese chico que había estado a mi lado desde el día que nací ya no iba a formar parte de mi vida. Que no volvería a sentir un tirón en la tripa al ver su sonrisa traviesa. Que no me daría un codazo durante las comidas familiares. Que él no llegaría a ver todo lo que yo quería pintar. Que no habría más regalos de cumplea?os ni oiría su risa ronca cuando Oliver le dijese alguna tontería, de esas que eran solo suyas y los demás no entendíamos. Que no sería el amor de mi vida, el inalcanzable, el que me derretía solo con una mirada.

Que ya no.





DICIEMBRE



(VERANO)





109



LEAH

Contemplé por la ventanilla el paisaje que dejábamos atrás mientras Oliver conducía en silencio y me tragué las lágrimas cuando me di cuenta de que ya no tenía ningún lugar al que regresar. Byron Bay había dejado de ser nuestro hogar, porque allí quedaban pocas cosas por las que volver. Los se?ores Nguyen me habían asegurado que vendrían a visitarme a la universidad, que solo tenía que coger el teléfono si en algún momento necesitaba algo, que aquello se solucionaría…, pero una parte de mí sabía que no. Que hay cosas que, cuando cambian, no pueden volver a ser iguales. Diferentes, quizá. Eso sí. Pero no iguales. Ojalá la vida fuese como una pelota de plastilina, moldeable, manejable, algo sobre lo que la tristeza o las decepciones no dejasen marcas visibles.

Alice Kellen's Books